¡Viva San Isidro!
Economía del tiempo: a esto se reduce finalmente toda economía.”
Marx
Se llamaba San Isidro Labrador, pero no le gustaba labrar la tierra. San Isidro llegaba siempre tarde al trabajo y sus compañeros le denunciaron por "holgazán" y “vago”, e incluso se chivaron al patrón de la finca que quiso comprobarlo con sus propios ojos. Cuando el patrón observó que Isidro llegaba tarde al trabajo por quedarse rezando, se lo recriminó.
Sin embargo, y aquí es donde reside el milagro de los bueyes que libera tiempo del trabajo, el patrón de la finca advirtió, ante su sorpresa, que los bueyes estaban arando solos sin necesidad del trabajo de Isidro. Es decir, que el milagro de Isidro reside en conseguir que los bueyes arasen solos la parte de trabajo que a él le correspondía, pudiendo así dedicar su tiempo a otra cosa, en su caso a conversar con Dios. Así pues, este conato de automatización tiene su razón de ser en la liberación del tiempo en aras de trabajar menos para vivir mejor.
Al igual que el muchacho de la máquina de vapor descrita por Adam Smith que, motivado por querer irse a jugar con sus amigos, consigue inventar un mecanismo para que la máquina funcione sola, Isidro busca soluciones para reducir el tiempo de trabajo y aumentar el tiempo libre. Isidro, al igual que el muchacho de Adam Smith, logra alcanzar ese “tiempo para poder crear y gozar espiritualmente” del que hablaba Marx.
La libertad es la libertad que permite poder evadirse, crear e incluso aburrirse gracias a que se disfruta de un tiempo libre seguro y garantizado. Así es como surge la Skholè, que en griego significa tiempo libre y es de donde deriva la palabra «escuela»: libres son los ciudadanos que pueden tener tiempo libre para desplegar sus capacidades y, al contrario, quienes no lo tienen viven su tiempo de forma subordinada.
La tiranía se opone a la libertad, la libertad se vincula a la democracia y la democracia se asocia a la dimensión temporal del poder: cómo, cuánto y de qué manera se distribuye entre las distintas partes que componen la sociedad, ese objeto de disputa política y económica que es el tiempo.
El rearme ideológico del proyecto político que hace indisociable el ejercicio de la libertad con el de la igualdad, pasa por recuperar la perspectiva que hace del tiempo un elemento central de la democracia. Una sociedad avanza y despliega su genialidad e inteligencia cuanta más gente dispone de más tiempo libre con garantías.
No hay que conciliar la vida familiar/personal con la vida laboral, en todo caso es al revés, que sea la vida laboral la que tenga que adaptarse a la temporalidad de la infancia, de los cuidados, la amistad o el descanso. En esa inversión en el sentido del tiempo radica la critica estructural desde la vivencia cotidiana y la perspectiva de un orden distinto.
Quienes hoy consideran que los madrileños deben trabajar como bueyes negándoles el tiempo libre, son los mismos que en su día estarían chivándose de Isidro ante el patrón acusándole de vago y holgazán. Quienes consideran que el tiempo libre es un privilegio sostenido sobre la falta de tiempo de los demás, consideran un escándalo hacer extensiva su condición al resto de la población.
De ahí que, en ocasiones, quienes mejor conocen las virtudes que ofrece disfrutar de la autonomía sobre tiempo sean también quienes demonizan y criminalizan la democratización del tiempo. Esa es la tensión histórica que encarna todo conflicto: la lucha por la libertad es la lucha por el tiempo y la lucha por el tiempo es la lucha por el poder. La igualdad es el poder de las personas que son libres.
Ampliar el tiempo libre y reducir la dependencia al trabajo es ensanchar la democracia. El tiempo liberado de la necesidad es la verdadera medida del avance civilizatorio.