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Alfred Rosenberg - El Mito del Siglo 20.pdf3.68 MB
Por fin está terminada la nueva traducción del Mito del siglo 20.
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Por muchas personas que estén de acuerdo con estas palabras, ninguna comunidad puede comprometerse con las reflexiones y conclusiones presentadas en este escrito. Constituyen confesiones absolutamente personales, no puntos programáticos del movimiento político al cual pertenezco. Este tiene su gran tarea peculiar y debe, como organización, mantenerse alejado de las controversias de naturaleza religiosa y político-eclesiástica, al igual que del compromiso con una determinada filosofía del arte o un determinado estilo arquitectónico. No puede tampoco, por consiguiente, ser responsabilizado de lo aquí expuesto. Por el contrario, las convicciones filosóficas, religiosas y artísticas sólo pueden justificarse seriamente bajo la condición de la libertad de conciencia personal. El Movimiento Nacionalsocialista no ha de practicar ninguna dogmática religiosa, ni en pro ni en contra de una confesión, pero el hecho de que se quiere negar a una persona que participa activamente de la vida política el derecho de defender una convicción religiosa que contraría a la romana, muestra hasta qué punto ya ha crecido el amordazamiento espiritual.
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Junto al mito del alma libre eterna se encuentra el mito de la religión de la sangre. Lo uno se corresponde con lo otro, sin que sepamos si aquí hay causa y efecto. La raza y el Yo, la sangre y el alma, están en la más estrecha relación, para un bastardo la doctrina del Maestro Eckehart no sirve. Religión mundial en singular y religiones nacionales en plural, esto son los puntos programáticos de los dos adversarios..., ¡Las naciones son pensamientos de Dios…! Catolicismo, protestantismo, judaísmo, naturalismo deben abandonar el campo ante una nueva visión del mundo, así como ya no se piensa más en las lámparas de noche cuando el sol matutino alumbra por sobre las montañas –o de lo contrario la unidad de Alemania será más cuestionable de día en día... Para el hombre sólo hay una culpa, la de no ser él mismo... El llamado Antiguo Testamento como libro religioso debe ser abolido de una vez por todas. Esto acabará con el intento fallido de los últimos 1500 años de hacer de nosotros espiritualmente judíos, un intento al que debemos dar gracias, entre otras cosas, a nuestro terrible dominio material judío. Se pueden leer rasgos muy diferentes en las descripciones de Jesús. Su personalidad es a menudo suave y compasiva, a veces brusca y áspera, pero siempre está impulsada por un fuego interior. Estaba en el interés de la despótica Iglesia romana el presentar la humildad sumisa como la naturaleza de Cristo, para obtener el mayor número posible de siervos educados en este «ideal». Corregir esta presentación es otra exigencia indispensable del movimiento de renovación alemán. Jesús se nos aparece hoy, lleno de autoconfianza, como Señor en el mejor y más elevado sentido de la palabra. Lo que produjo un fuerte rechazo de las Iglesias cristianas. También los teólogos evangélicos repiten en todas partes, aun habiendo general asentimiento a la cosmovisión nacional (völkisch), la frase presuntuosa de la Iglesia romana: la valoración racial de los pueblos significa una anticristiana «idolatría» de la nacionalidad (Volkstum). Estos señores, sin embargo, pasan por alto al respecto que la posición de excepción que atribuyen a los judíos no representa otra cosa que idolatrar al pueblo parasitario hebraico, siempre enemigo nuestro. Esto les parece lógico y natural y tienen a bien igualmente pasar por alto al respecto que esta glorificación del judaísmo nos ha obsequiado en forma directa, al quedar liberada la faz impulsiva judía, ese envilecimiento de nuestra cultura y de nuestra política, contra el cual la actual conducción del protestantismo ha demostrado ser incapaz de actuar y luchar con éxito precisamente gracias a esa actitud de idolatría hacia los judíos. Rosenberg criticó a las Iglesias por ser religiones internacionales a-raciales que chocan con los valores germánicos. Como Estado mundial de las almas creyentes, Roma no tiene territorio nacional, o más bien sólo lo exige como símbolo del «derecho» a un gobierno terrenal. También aquí se libera de todas las voluntades ligadas con el espacio, la sangre y el suelo. Así como el auténtico judío sólo ve al «puro» y al «impuro» el mahometano sólo al creyente y al infiel, así Roma solamente ve al católico (al que identifica con el cristiano) y al no-católico («pagano»). Así que el Vaticano, al servicio de su mito, tiene que juzgar tanto las luchas religiosas como las nacionales y de clase, las disputas dinásticas y económicas, únicamente desde el punto de vista de si la destrucción de una religión, nación, clase, etc., no católica, promete un aumento de poder al número total de católicos, ya sean blancos, negros o amarillos. Pero, justamente por ser una obra que habla abiertamente en contra de las actuales Iglesias cristianas, Rosenberg aclara explícitamente que esta obra está desligada del nacionalsocialismo, el cual respeta a todas las confesiones religiosas.
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Leyendo los comentarios en el chat de Pugilato me doy cuenta de que nadie se molestó en leer el Mito. Así que voy a tratar de darles un resumen bien básico que, creo yo, aclara las críticas que leí: De acuerdo a las teorías de Alfred Rosenberg los pueblos viven bajo «mitos» que forman el carácter o el «tipo» del pueblo, y reconocen o fomentan determinados valores máximos, de origen anímico-racial determinado, bajo los que el pueblo vive y se desarrolla. Dar vida al alma racial significa reconocer su valor más elevado y, bajo su imperio, asignar a los demás valores su posición orgánica: en el Estado, el arte y la religión. Esta es la tarea de nuestro siglo: crear un nuevo tipo de hombre a partir de un nuevo mito de la vida. Este conocimiento es el fundamento de una nueva visión del mundo, de un pensamiento estatal nuevo-antiguo, el Mito de una nueva actitud ante la vida, que es lo único que nos dará la fuerza para derrocar el arrogante dominio del subhumano y crear una moral inherente que impregne todos los ámbitos de la vida. Rosenberg explica que el cristianismo introdujo la idea del «amor» como valor máximo en lugar del honor y el deber, los valores máximos naturales del hombre ario, produciendo un debilitamiento anímico en los europeos. Hoy día está claro para todo alemán sincero que con esta doctrina del amor, que abarca uniformemente a todas las criaturas del mundo, se ha asestado un golpe sensible contra el alma de la Europa nórdica. El cristianismo, tal como se había desarrollado como sistema, no conocía la idea de la raza y de la nacionalidad, porque representaba una fusión violenta de elementos diferentes. Contrario a la aparente creencia popular el Mito no es un intento de revivir el «paganismo», para Rosenberg el cristianismo como lo concebía Jesús nos ha llegado alterado por influencias semíticas y habla de la necesidad de una nueva Iglesia nacional alemana, que se materializó luego en el cristianismo positivo. Rosenberg no cree en las «religiones mundiales». Esta joven generación, por cierto, no quiere sino contemplar la gran personalidad del fundador del cristianismo en su auténtica grandeza, sin aquellos agregados deformantes que zelotas judíos como Mateo, rabinos materialistas como Pablo, juristas africanos como Tertuliano, o productos de poli-mestizaje sin firmeza moral como Agustín, nos han obsequiado como el más terrible lastre espiritual.
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Como Estado mundial de las almas creyentes, Roma no tiene territorio nacional, o más bien sólo lo exige como símbolo del «derecho» a un gobierno terrenal. También aquí se libera de todas las voluntades ligadas con el espacio, la sangre y el suelo. Así como el auténtico judío sólo ve al «puro» y al «impuro» el mahometano sólo al creyente y al infiel, así Roma solamente ve al católico (al que identifica con el cristiano) y al no-católico («pagano»). Así que el Vaticano, al servicio de su mito, tiene que juzgar tanto las luchas religiosas como las nacionales y de clase, las disputas dinásticas y económicas, únicamente desde el punto de vista de si la destrucción de una religión, nación, clase, etc., no católica, promete un aumento de poder al número total de católicos, ya sean blancos, negros o amarillos. Pero Rosenberg aclara explícitamente que esta obra está desligada del nacionalsocialismo, el cual respeta a todas las confesiones religiosas. Por muchas personas que estén de acuerdo con estas palabras, ninguna comunidad puede comprometerse con las reflexiones y conclusiones presentadas en este escrito. Constituyen confesiones absolutamente personales, no puntos programáticos del movimiento político al cual pertenezco. Este tiene su gran tarea peculiar y debe, como organización, mantenerse alejado de las controversias de naturaleza religiosa y político-eclesiástica, al igual que del compromiso con una determinada filosofía del arte o un determinado estilo arquitectónico. No puede tampoco, por consiguiente, ser responsabilizado de lo aquí expuesto. Por el contrario, las convicciones filosóficas, religiosas y artísticas sólo pueden justificarse seriamente bajo la condición de la libertad de conciencia personal. El Movimiento Nacionalsocialista no ha de practicar ninguna dogmática religiosa, ni en pro ni en contra de una confesión, pero el hecho de que se quiere negar a una persona que participa activamente de la vida política el derecho de defender una convicción religiosa que contraría a la romana, muestra hasta qué punto ya ha crecido el amordazamiento espiritual.
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Leyendo los comentarios del canal de Pugilato me doy cuenta de que nadie se molestó en leer el Mito. Así que voy a tratar de darles un resumen bien básico que, creo yo, aclara las críticas que leí: De acuerdo a las teorías de Alfred Rosenberg los pueblos viven bajo «mitos» que forman el carácter o el «tipo» del pueblo, y reconocen o fomentan determinados valores máximos, de origen anímico-racial determinado, bajo los que el pueblo vive y se desarrolla. Dar vida al alma racial significa reconocer su valor más elevado y, bajo su imperio, asignar a los demás valores su posición orgánica: en el Estado, el arte y la religión. Esta es la tarea de nuestro siglo: crear un nuevo tipo de hombre a partir de un nuevo mito de la vida. Este conocimiento es el fundamento de una nueva visión del mundo, de un pensamiento estatal nuevo-antiguo, el Mito de una nueva actitud ante la vida, que es lo único que nos dará la fuerza para derrocar el arrogante dominio del subhumano y crear una moral inherente que impregne todos los ámbitos de la vida. Contrario a la aparente creencia popular el Mito no es un intento de revivir el «paganismo», para Rosenberg el cristianismo como lo concebía Jesús nos ha llegado alterado por influencias semíticas: Esta joven generación, por cierto, no quiere sino contemplar la gran personalidad del fundador del cristianismo en su auténtica grandeza, sin aquellos agregados deformantes que zelotas judíos como Mateo, rabinos materialistas como Pablo, juristas africanos como Tertuliano, o productos de poli-mestizaje sin firmeza moral como Agustín, nos han obsequiado como el más terrible lastre espiritual. Pero para todas las Iglesias cristinas esto no representaba sino un obsceno «anticristianismo». También los teólogos evangélicos repiten en todas partes, aun habiendo general asentimiento a la cosmovisión nacional (völkisch), la frase presuntuosa de la Iglesia romana: la valoración racial de los pueblos significa una anticristiana «idolatría» de la nacionalidad (Volkstum). Estos señores, sin embargo, pasan por alto al respecto que la posición de excepción que atribuyen a los judíos no representa otra cosa que idolatrar al pueblo parasitario hebraico, siempre enemigo nuestro. Esto les parece lógico y natural y tienen a bien igualmente pasar por alto al respecto que esta glorificación del judaísmo nos ha obsequiado en forma directa, al quedar liberada la faz impulsiva judía, ese envilecimiento de nuestra cultura y de nuestra política, contra el cual la actual conducción del protestantismo ha demostrado ser incapaz de actuar y luchar con éxito precisamente gracias a esa actitud de idolatría hacia los judíos. Rosenberg habla de la necesidad de una nueva Iglesia nacional alemana, que se materializó luego en el cristianismo positivo. Rosenberg no cree en las «religiones mundiales». Junto al mito del alma libre eterna se encuentra el mito de la religión de la sangre. Lo uno se corresponde con lo otro, sin que sepamos si aquí hay causa y efecto. La raza y el Yo, la sangre y el alma, están en la más estrecha relación, para un bastardo la doctrina del Maestro Eckehart no sirve. Religión mundial en singular y religiones nacionales en plural, esto son los puntos programáticos de los dos adversarios..., ¡Las naciones son pensamientos de Dios…! Catolicismo, protestantismo, judaísmo, naturalismo deben abandonar el campo ante una nueva visión del mundo, así como ya no se piensa más en las lámparas de noche cuando el sol matutino alumbra por sobre las montañas –o de lo contrario la unidad de Alemania será más cuestionable de día en día... Para el hombre sólo hay una culpa, la de no ser él mismo... Lo que sí es cierto es el hecho de que Rosenberg rechaza las actuales Iglesias cristianas por ser religiones internacionales a-raciales que chocan con los valores germánicos.
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Ya ha surgido un nuevo símbolo que lucha contra todos los demás: la cruz gamada. Cuando se despliega este símbolo, es una parábola del viejo y nuevo mito; los que lo contemplan piensan en honor nacional, en espacio vital, en libertad nacional y justicia social, en pureza racial y fertilidad que renueva la vida. Cada vez más la rodea un aire de recuerdos de aquel tiempo cuando, como signo de salvación, fue delante de los guerreros y errantes nórdicos a Italia y Grecia, cuando apareció vacilante aun en las Guerras por la Liberación, hasta que después de 1918 llegó a ser la alegoría de una nueva generación, que por fin quiere llegar a ser «una consigo misma». El símbolo de la verdad orgánica germánica es ya hoy indiscutiblemente la cruz gamada negra. -Alfred Rosenberg. El mito del siglo 20, p. 554.
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